Las historias que nunca suceden ocurren en los semáforos. Con música en las orejas y espíritu de victoria en la huida hacia el hogar después de una ardua jornada laboral, mi cuerpo neo escultural se detuvo en un noble semáforo en rojo. Justo en frente había una diosa de fina melena rubia perfecta en sus supiros y estelar en sus andares. Era una mujer, se intuía, de fragancia hermosa y elegancia espiritual.
El semáforo cambió de color como un camaleón disfrazado de semáforo y los dos empezamos a cruzar la ancha calle con la seguridad de qué ningún vehículo motorizado iba a atreverse a quebrantar la ley de la justicia y de la vida.
En unos breves segundos nos íbamos a cruzar. ¿Cómo expresar una profunda admiración sonora ante semejante belleza sin ser un estúpido, sin ser rudo?
Así que me llené la boca de aire (si eso es posible) para hacer un suspiro de añoranza a algo tan bonito que nunca podré disfrutar con tan mala suerte que, a un par de metros de nuestro fugaz encuentro, mi boca no puedo contener el aire atrapado entre mis flamencos dientes y se escapó con tan mala fortuna que emitió un ruido cercano a una graciosa ventosidad, a un globo henchido de aire que se desinfla velozmente. Para disimular, y aprovechando las reservas de aire que tenía contenido, empecé a imitar cómo si sonase un solo de trompeta.
Ella pasó a mi lado, esbelta, majestuosa y descojonándose hasta el infinito y más allá
Dedicado a Concepto simétrico