Los párpados mutan en secuencias ordinarias y se refugian en la fugacidad de una medio verdad. ¡Bendito el dictador de lo azucarado!
Ahora son los labios los que escupen respuestas a preguntas no formuladas. ¡Benditos sean los malignos de verdad!
El cuerpo humano es infinito. Los bostezos también. Y, en breve, los yogures.
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