jueves, marzo 30, 2017
Carpaccio para los ególatras
Resulta que un día sin importancia, como casi todos, bajé la vista a mi futura y descuidada barriga, y, ostras, no sé por qué, me enamoré perdidamente de mi ombligo. Fue algo irracional, como cualquier amor, súbito e inesperado.
Opción estúpida:
Coger un cutter, seguramente con la hoja un poco oxidada, hacer una incisión rectangular, y colgarlo en una pared del salón después de arrancármelo, para adorarlo como un ídolo del cual no conocemos apenas nada pero es creemos que es real.
Pero preferí ser más pragmático, y fui a que me hicieran un molde de silicona de mi ombligo. No podía estar toda la vida con la cabeza gacha, mirando obsesivamente a mi espectacular ombligo. Pero la persona que me iba a hacer la reproducción de mi fantastico ombligo se quedó con la boca abierta. Soltó un gran buah!!, y llamó a sus compañeros de trabajo. Todos se quedaron absortos con mi ombligo, alucinados, conmovidos. También se habían enamorado de él. Salí de la tienda (o negocio, no sé), y los empleados me seguían boquiabiertos. Jaleaban y animaban a los demás traunseúntes a adorar mi preciso ombligo. Y lo hicieron. Una ristra de personas, tan diferentes entre sí como iguales en su vivir, me seguían y me reverenciaban con vehemencia.
Abrumado, volví a mirar a mi ombligo y entendí al instante porque todo el mundo lo adoraba. Se hizo viral, surcó las redes y todo el mundo, absolutamente todas las personas del planeta, abandonaron los falsos ídolos, las falsas esperanzas y profesaron una verdadera fe a mi espectacular ombligo.
Han pasado ya muchos años, estoy con los brazos en jarra, mirando hacia la izquierda, la camiseta levantada, enseñando mi ombligo. Cada día pasan miles de personas, se inclinan ante él. Lloran de la emoción, le hacen reverencias, le admiran con pasión. Yo estoy feliz, pues comparto con el reto del planeta el amor con mi suave ombligo. Todos estamos enamorados de él. Y lo demás me importa una mierda.
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