En un día soleado de 1853, John Whitern descubrió muchas cosas. Pero fue asesinado por su archienemigo. Entonces, entraron en juego los viajes en el tiempo y demás patrañas. Pero el resultado siempre era el mismo, acababa muerto. Por más que se adelantara a los acontecimientos, siempre perecía.
Así decidió abrazar la fe; ya que no podía vencer en vida, lo haría en muerte. Pero, hasta en eso falló: su archienemigo se adelantó. Hoy en día, John Whitern se gana la vida dando conferencias en diferentes universidades de dudoso prestigio.
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