lunes, enero 16, 2012

Amor de madre


Subí al vagón del metro cabizbajo, absorto en mis profundidades y pensamientos incoloros. Me senté en uno de los plastificados asientos sin percatarme que el resto estaban ocupados. Volví a la realidad, y mis otros 3 acompañantes eran unos jóvenes robustos, con estricta estética nazi y el pelo rapado. Me miraron y yo les miré disimuladamente. La tensión era palpable, y mi corazón latía a un ritmo vertiginoso. Decidí bajarme en una parada que no era la mía, no fuera a ser que la cosa fuera a más.

Bajé, y ellos también bajaron. Lo hicieron cerca de la salida, ahora parecía yo el perseguidor. Ralenticé mi paso y ellos prosiguieron su camino hasta que los perdí de vista. Pero justo al salir, ellos estaban esperando en la boca del metro. Mantuve la calma y seguí caminando. A los tres minutos, giré la cabeza y ellos estaban detrás mío. ¿Me estaban siguiendo realmente o eran imaginaciones mías. Aceleré un poco el pasó y a los cinco minutos, eché un vistazo a mi espalda y ellos continuaban detrás mío. Mis manos empezaron a sudar. No podía ser cierto.
A los diez minutos volví a girarme, pero no había rastro de ellos. Suspiré y sonreí. Al final, llegué a mi destino: la casa de mi progenitora.

Al subir, entrar y saludar, me quedé anonadado. En la mesa estaban sentados los tres robustos jóvenes. Iba a gritar pero pregunté a mi madre: ¿Quiénes son estos?. Y ella, con pausa y altivamente me dijo que eran mis hermanos. ¿Qué hacen aquí? Bueno, dijo ella, están aquí para hacer un ritual satánico y sacrificar al más guapo de la familia.

¡Gracias, mamá!




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