Le dijeron que sería el eterno rey de las colinas de Leirmat mientras que conservase y no se moviese de su trono hecho de orejones de albaricoque. Pasaron los días y, al no poder moverse, su triste aburrimiento creció a pasos agigantados. Rascó un lateral del real trono y un trozo de orejón se desprendió. Lo observó y se lo zampó.
Y ése fue su error, ya que cada día cogió un trozo de trono hasta que, al final se quedó sin trono ni reino.
Sin nada ni nadie a quien mandar, volvió a casa de su abuela. Prohibido mirar al pasado.
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