jueves, abril 08, 2010

Taller XXII


Texto cuya temática es "Zombies/No-muertos" colgado en La rebelión de las páginas en blanco

¡Llévatelo!¡Llévatelo!¡Por favor!



Volvió a la ciudad. Pasó unos dos meses en las frías montañas, sufriendo por cualquier ruido, sin tener noticias de nada ni de nadie. Volvió a la ciudad, las posibilidades de sobrevivir en ella poco le importaban, buscaba un tipo de salvación, de esperanza. En los peores momentos la esperanza, aunque fuera ficticia, era lo único que quedaba.

Coches volcados, bolsas de plástico flotando en el aire, pequeños fuegos y cenizas decoraban el arcaico paisaje. Entró en la ciudad. Entrar siempre era más fácil que salir. Se encontró con un par de zombies que caminaban dando tumbos, por suerte eran de los lentos. Pasó corriendo y gruñeron. Corrió lentamente, oteando las tiendas que estaban a ras de suelo. Vio un 7 eleven hacia él se dirigió. Cogió una larga vara metálica que había en la entrada de la tienda y miró a través de los cristales. Se acercó para ver mejor y, de repente, un rostro masculino se cruzó con su mirada.

Saltó hacia atrás reprimiendo un grito. Se recompuso e intentó entrar en la tienda.

-Lo siento, no puedo dejarte entrar-dijo la voz masculina

-Mira, tengo hambre y sueño. Puedo partir con la vara cristal.

-Adelante.

Alzó la vara metálica y vio unos tres intentos anteriores que no habían fructificado.

-Son cristales blindados de esos-dijo el hombre. En ningún momento volvió a asomarse. Estaba escondido detrás de un estante de sopas en lata.-Lo siento, pero no puedo dejarte entrar. Me ha costado mucho encontrar este sitio-continuó diciendo con una voz aparentemente tranquila.

-¿Cómo te llamas?

Tras un minuto de silencio, el hombre escondido dijo.:” David”

-Bien, David, espero que te pudras en el infierno.

Dio la vuelta al edificio en busca de otra entrada o algo similar. Pero era imposible. Había que reconocer que el misterioso hombre había encontrado un oasis en medio de este sombrío paraíso. Caminó ese día unas tres horas, sin desprenderse de la vara metálica. La ciudad ofrecía una imagen desoladora. Prácticamente todo estaba roto, los coches, los cristales de los edificios, el cielo…se encontró en su travesía varios zombies. Solamente en una ocasión tuvo que golpear la cabeza de uno de esos sucios y asquerosos bichos. Hasta que llegó a una pequeña plaza inundada de zombies y, lamentablemente, había unos de esos que eran veloces. Tuvo un segundo para mirar alrededor suyo y elegir su espontáneo refugio. A la derecha nada y, a la izquierda, vio a una mujer corriendo con un bebé entre los brazos que entraba azarosamente en un tienda de ropa. Él se dirigió velozmente y, por suerte, la mujer no cerró la puerta, cosa que él sí hizo. Respiró. Tímidos golpes retumbaban a su espalda. La mujer yacía temblando delante de él y no paraba de repetir: “Por favor, por favor…”

La tranquilizó mintiéndole acerca de su vida. Le explicó lo desoladora que fue su escueta vida en las montañas, sus teorías acerca del origen de la plaga de zombies…la mujer se relajó, incluso esbozó una leve sonrisa. Él se acercó a ella y acarició al bebé. Pero, de repente, el escaparate de la tienda cedió debido a la presión que ejercían cientos de zombies y éstos consiguieron entrar. Uno de los rápidos se abalanzó sobre la mujer, que no le dio tiempo a levantarse.

¡Llévatelo!¡Llévatelo!¡Por favor!

Tendió su bebé con desesperación. Reaccionó instintivamente, soltó la vara metálica y cogió a la menuda criatura, ya que la madre abrazó con fuerza a sus horrorosos caníbales. Otro de los zombies veloces intentó asirle pero lo pudo por un rápido movimiento de cuerpo que hizo él. Le dio un codazo y marchó hacia la parte trasera de la tienda, por instinto, alguna salida trasera tenía que haber. Encontró una puerta que era la de la salida de incendios y ésta daba a un callejón con una verja de unos 3 metros. Miró detrás suyo y vio a tres zombies veloces que estaban a punto de darle captura.

Un segundo. Un momento. Un segundo. Un momento. Un segundo. Un momento. Un segundo.

Gritando, soltó al bebé y se lanzó a escalar la verja. Detrás suyo, un eterno llanto de bebé retronaba por todo el callejón. Desde lo alto de la verja se dejó caer y se fue corriendo sin mirar atrás. Tuvo ganas de vomitar, pero el corazón latía sin descanso. Bien, David, nos pudriremos en el infierno.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno. Quiero más....

Lenore

vomiton dijo...

te lo vendo barato