lunes, septiembre 26, 2016
La audacia de la inocencia/arrogancia/psicomagia
En esa cafetera subterránea, que es mescolanza de olores y terribles vestimentas, ando yo sentado con ojeras, con cara de pocos amigos porque estoy demasiado lejos de mi cuerpo, quejándome de no saber el motivo de mi queja, cuando enfrente se sienta una anónima madre con su hija pequeña.
De edad indeterminada, con gafas de niña y look despreocupado, la pequeña me mira fijamente, como un taladro me clava su mirada. Sorprendido, aparto la vista en busca de cómplices del breve trayecto, pero todo el mundo está absorto en sus pensamientos. Vuelvo, sin saber el por qué, a mirar a la niña pequeña y ésta continua observándome.
¿Qué quiere?, pienso. ¿ Parará de mirarme?, digo mentalmente. Pero la niña no da su brazo a torcer, me contempla fijamente, es tozuda en su reto. Vuelvo a perder el duelo de miradas. Mis ojos se pierden, suspiran. Otra vez la mirada persistente de la niña.
¿Qué quiere? ¿Por qué me mira?
Esa maldita niña imperturbable, mocosa desconocida que desnuda mi alma sin complicación, que penetra en mi alma y la ningunea sin malicia.
¡Por favor! ¡Deja de mirarme!
Parece que mis gritos mentales han sido oídos por la inocencia de la niña pequeña, pues suavemente ha perdido el interés en mi persona y ha postrado sus pupilas en otra persona. Suspiro, aliviado y sosegado. Aunque al triste minuto echo de menos a mi repentina compañera de viaje, a esa mocosa insoportableque ha desnudado la honradez de mis miserias sin dolor.
Mírame, digo. Por favor, pienso.
Y me vuelve a mirar
¡Qué niña más pesada!
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