martes, septiembre 27, 2016
Avanti, martes
Walter Gonsalves siempre subía a pie por las anticuadas escaleras, pero ese día estaba cansado, tenía muhas ganas de llegar a casa (si es que hi ha cases d´algú) y cogió el ascensor. Al entrar picó al botón número cuatro, pues vivía en el sexto primera y se miró en el espejo del ascensor, cuya cualidad era ser vanidoso, y que sólo funciona cuando salimos al exterior, y se quedó unos segundos pensativo.
Entonces, una polilla de ésas que sienten una atracción descomunal hacia la luz artificial revoloteó a su alrededor. Su primer impulso, como el de casi todos, era hacer aspavientos con las manos para que la polilla no le tocase. Pero decidio ser valiente, tener temple y gallardia, y permaneció impasible a la aventura de la blanca polilla. Llegó a su destino, abrió para dejar pasar primero a la polilla pero ésta se posó en su cabeza, y con fuerza pero si hacerle daño, le agarró y se fue volando. Walter no se lo podía creer, aquello era misterioso pero alucinante.
Y la polilla, acarreando al bueno de Gonsalves, cogió cierta altura y sobrevoló la ciudad. WWalter veía desde las alturas lo caótica y hermosa que lucía la ciudad, las personas parecían diminutas y seguían un orden aleatorio, los sonidos de la ciudad parecían lejanos pero se dejaban oir. Walter sonreía, la polilla no. Le dejó caer.
Pálido se puso. Pensó en todo, pensó en nada. La inmortalidad, un ataque al corazón, una tragedia a la vista de todos, una milagro inesperado..Pensó en todo, pensó en nada. Quiso mirar cuan cerca estaba del suelo pero no se atrevía. Y, de repente, se detuvo en seco. Tal vez ya era alma, pensó. pero no, para nada. Una escarabajo pelotero llamado Miguel detuvo su fatídica trayectoría. Dobló en dos a Walter, lo juntó con su bola gigante de mierda, de barro y demás cosas y siguió su camino a casa, que era la inmensidad
lunes, septiembre 26, 2016
La audacia de la inocencia/arrogancia/psicomagia
En esa cafetera subterránea, que es mescolanza de olores y terribles vestimentas, ando yo sentado con ojeras, con cara de pocos amigos porque estoy demasiado lejos de mi cuerpo, quejándome de no saber el motivo de mi queja, cuando enfrente se sienta una anónima madre con su hija pequeña.
De edad indeterminada, con gafas de niña y look despreocupado, la pequeña me mira fijamente, como un taladro me clava su mirada. Sorprendido, aparto la vista en busca de cómplices del breve trayecto, pero todo el mundo está absorto en sus pensamientos. Vuelvo, sin saber el por qué, a mirar a la niña pequeña y ésta continua observándome.
¿Qué quiere?, pienso. ¿ Parará de mirarme?, digo mentalmente. Pero la niña no da su brazo a torcer, me contempla fijamente, es tozuda en su reto. Vuelvo a perder el duelo de miradas. Mis ojos se pierden, suspiran. Otra vez la mirada persistente de la niña.
¿Qué quiere? ¿Por qué me mira?
Esa maldita niña imperturbable, mocosa desconocida que desnuda mi alma sin complicación, que penetra en mi alma y la ningunea sin malicia.
¡Por favor! ¡Deja de mirarme!
Parece que mis gritos mentales han sido oídos por la inocencia de la niña pequeña, pues suavemente ha perdido el interés en mi persona y ha postrado sus pupilas en otra persona. Suspiro, aliviado y sosegado. Aunque al triste minuto echo de menos a mi repentina compañera de viaje, a esa mocosa insoportableque ha desnudado la honradez de mis miserias sin dolor.
Mírame, digo. Por favor, pienso.
Y me vuelve a mirar
¡Qué niña más pesada!
martes, septiembre 13, 2016
Come back today
Estoy libre de obligaciones, camino libremente por esa jungla de asfalto inverosímil y fascinante, rumbo a mi jaula de lamentos y de paz. Me pregunto por la luna, mucho tiempo ya sin observarla y admirar su gratitud.
La busco con la mirada pero, casualmente, en esta larga zona de la ciudad cuya fragancia es pis y mierda de perro, las copas de los árboles son altas y frondosas. Rebusco con mis pupilas y sólo alcanzo a ver retazos, entre las ramas y hojas, de la luna lunera. Llena no está, seguro. Mi cuerpo avanza obedeciendo a mis pequeños pies, la cabeza erguida continua a la caza de la luna lunática. Es la obsesión del instante, la pasión del momento. Las otras máquinas de hueso me esquivan, lo noto aunque no esté pendiente de ellos.
Pasa un largo rato, que son segundos dilatados, y no alcanzo a ver la plenitud de la luna. Sé que llena no está. Y cuando por fin acaba la hilera de árboles desubicados y creo que voy a tutear a la luminosa luna, un feo e impersonal edificio, alto como la arrogancia, me tapa completamente la visión. Sonrío.
Lo doy ya por perdido el asunto, no podrá ser. Pero justo al girar por la oscura calle que me lleva a mi destino habitual, veo a la luna lunera en pleno festival nocturno y me digo: “ Esto ya lo había visto”
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