La primera película que vio Fairbanks fue una cinta zoofílica. Eso le marcó para el resto de su existencia: sólo se excitaría viendo films de este tipo.
Años más tarde, después de un largo periodo de abstinencia, volvió a ver una película de zoofilia. Se enamoró del perro que protagonizaba la escena 3. Iba a dar el primer paso: tener sexo con un animal de verdad.
Se dirigió a los estudios y, con astutas argucias y mentiras piadosas, averiguó donde estaba el can. Parecía ser uno de los pocos animales del estudio cinematográfico que tenía camerino.
Llegó a la puerta, miró a ambos lados y entró disimuladamente. Vio al perro y dijo: “¡ Por fin! ¡ Te amo!
El perro se irguió estiró sus patas hacia la cabeza y se quitó la parte de la cabeza de lo que parecía ser un disfraz de perro: “¡Joder!¡Otro jodido pervertido!
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