"¡ Veo mal ! ", decía. "Ponte los ojos, leches", le sugería yo. Rebuscó en sus bolsillos, se los puso y dijo que seguía sin ver bien. Entonces le dejé mis ojos y cogí los suyos. "¡ Gracias !", dijo " ahora veo perfectamente". Y se fue corriendo. Ahora, el que no veía era yo.
Y aquí estoy, en esta plaza, a ver si oigo a un despistado para robarle los ojos.
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