Impávido, impenetrable, áspero...Al escuálido anciano se le salía un tierno cojón por la comisura de su amarillenta ropa interior. Intenté obviarlo, pero evitarlo no podía. Aguanté media hora y me dirigí con firmeza hacia él. Le comenté el asunto de la manera menos violenta posible y él me dijo que eso era imposible, ya que era una mujer.
Al día siguiente fui al oftalmólogo y me recetó unos caros antibióticos.

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