miércoles, julio 26, 2017
Fiarse del tiempo
Mi abuela, ay mi santa abuela, siempre se fiaba de cualquier persona que llevase bata blanca, es decir, de cualquier doctor. Veía mucho la televisión, aunque también leía el doble, y en ese aparato, hacia el mediodía, antes de comer, salía un médico random aconsejando que x alimento iba bien para x cosa.
Así, en pleno festín familiar, aunque en realidad sólo comíamos juntos ella y yo, decía: los médicos recomiendan comer plátanos porque tienen mucho potasio. Al día siguiente, recitaba: hay un doctor que dice que comer zanahoria va muy bien para la vista. Cada día, cada día, recomendaba qué comer y sus magníficas ventajas ventajas.
Al poco tiempo, y cómo hacia todo lo que decían los médicos, de tanto comer se puso inmensa, bastante gorda. Era como Andorra pero con impuestos (por aquello del puño “cerrao”). La familia, esta vez tod@s, nos preocupamos, pues era poco recomendable que una persona mayor soportase tanto tonelaje en sus finas tibias , y decidieron, pues yo no tenía voto pero si voz, apuntarla a un gimnasio.
La primera semana se comió a dos entrenadores personales, un chico de Teruel y una chica de Don Benito. Después de la obvia reprimenda, le asignaron un entrenador personal japonés llamado Juan Manuel. Era tan y tan bueno que mi abuela, nuestra abuela, en dos días adelgazó dos terceras partes de su masa corporal, pero forzó tanto su corazón que éste no lo pudo resistir y, maldita tristeza, mi abuela feneció.
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