miércoles, mayo 03, 2017
Carne estirada no sirve ni pa´ perro
Mimetizados con el ruido los sentimentalismos están, esa nostalgia que nos hace volver al pasado, y suspirar reposadamente. En dias nublados, el desvencijado piso apenas estaba iluminado, pero en días soleados se podía vislumbrar el polvo acomulado en cualquier superfície del pequeño apartamento.
Era un día semi soleado, así que el piso estaba como suspendido en el aire. Reposaba la mirada en ningún punto concreto, dilucidando las trifulcas interiores que ocurrían entre espera y espera. Quedaban cinco minutos para que quedasen cinco minutos. Así avanzaba el tiempo. De repente, el timbre sonó sin melodía. Se levantó perezosamente y fue a abrir la puerta. No miró por la mirilla, abrió directamente la puerta, como para asustar a quien hubiese hecho sonar el timbre. Para su sorpresa, no había nadie, tal vez se habían equivocado. Cerró lentamente la puerta, como si esperase que en el último momento apareciese alguien diciendo: he sido yo. Pero nada. Decidó volver a sentarse en el sofá.
Pero al cabo de poco tiempo, el timbre volvió a retronar, aunque esta vez no se levantó a abrir la puerta. Se quedó sentado, quieto e inmóvil. No quería levantarse en vano, así que esperó a que el timbre sonase una tercera vez. Podía esperar. Todavía quedaban cinco minutos para que quedasen cinco minutos.
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