jueves, junio 09, 2016
Deja que el niño cante, Alfredo
Coches abandonados y oxidados decoran el fino paladar de la hipocresia propia. Ruina de mística, macetas medio rotas son cuidadas con mimo y con detalle. Les cantan suaves canciones,les tratan como si fuesen la reencarnación de antiguos dioses que se aburren. De ellas brotarán las essperanzas individuales e intransferibles de cada uno.
No las cuidan por belleza sino por egoísmo puro y duro. No por dar, sino por un vampirismo infantil que no corresponde con las arrugas del corazón. Y, claro, si lo demas no comparten pues yo no voy a ser menos. Puedo ser tonto una vez, no dos. Ésta no cuenta.
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