miércoles, abril 22, 2009

Taller 15


Texto cuyo tema principal es "Funeral", colgado en La rebelión de las páginas en blanco

Elisa me pidió que la acompañase al funeral de una tal Marta y, por supuesto, no me podía negar. No me dijo quien era la difunta, pero alguien importante tenía que ser para alterar la luminosa sonrisa de Elisa.

En un cuarto de hora me pasaba a recoger, ya que ella era la única que tenía carnet de conducir. No sabía cómo vestirme. Tenía prendas de color negro, sí, pero todas eran camisetas de grupos de rock. Ah, y una chilaba pero no era cuestión de ser el centro de atención,¿ no ?

Cinco minutos pasaron y aún estaba indeciso. Me puse una camisa azul (la única prenda de vestir elegante que tenía...desde hace siete años) unos tejanos azul oscuro y unos zapatos negros que parecían ortopédicos. Me miré en el espejo y justo Elisa llamaba por el interfono. En menos de treinta segundos ya estaba en el ascensor. Hice mi último repaso ocular a mi chovinista imagen en el manoseado espejo del ascensor y me percaté de que la longeva camisa azul tenía una mancha cerca del pezón izquierdo. Me tapé con la mano derecha, haciendo ver que me rascaba y así estuve el resto de la jornada.

Pensé en volver a cambiarme, pero una vecina abrió la puerta del ascensor cuando llegó a la planta baja y me daba mucha vergüenza volver a subir sin haber salido del ascensor.
Salí del edificio rascándome y saludé a Elisa. No dijo nada. Tan solo un áspero: ¡Vamos!. Le pregunté quien era esa tal Marta pero me evitaba con evasivas del tipo : ¿ Te ha picado algo ?. Sólo me comentó que había sido alguien importante en su vida.

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Yo pensaba que los funerales se celebraban ( ¿celebrar? ) en los cementerios. Y es que el cine, a veces, construye realidades que no son del todo ciertas. O sí. No sé. La realidad supera la ficción. Pues no, Elisa me dijo que íbamos al tanatorio. Y el tanatorio es como un edificio lleno de voluntariosos funcionarios, es decir, gris. Pero no gris porque hayan muertos, no, es gris porqué es público y no destaca en nada. Vamos, que si me dijeran (o dijesen) que ese era el edifico del Catastro no lo hubiera (o hubiese) dudado. Aunque estoy pensando que se parece a un hospital pero con menos vida.

Al fin llegamos al tanatorio y nos atendió una mujer con el pelo teñido de rubio cuyas raíces oscuras dañaban seriamente su credibilidad. Le preguntamos dónde estaba Marta V. y, mientras minimizaba las ventanillas de Internet (sí, eso se nota más que esconder un diario) nos sonreía. Aunque puede que fuera (o fuese) por lo que estaba leyendo ( o viendo) por Internet. Nos dijo que estaba en la planta de abajo. Ves, eso me parecía adecuado.

Bajamos y vimos un largo pasillo. A la derecha, en pequeñas salas, estaban los féretros. A la izquierda, en lo alto de la pared casi tocando el techo, habían unos pequeños ventanales rectangulares. Dejaban pasar la luz y poco más. Y al fondo del pasillo, una papelera. Y debajo de la papelera, un extintor.
La mujer de recepción nos dijo la puerta tres y nos dirigimos hacia allí.
¡ Vaya shock! En una urna de cristal estaba ella. Nunca había visto un muero, me parecía curioso estar cerca de alguien sin vida. Ignoré al resto de la gente que había en la minúscula sala. Estaba anonadado, un nudo ocupó mi garganta, casi no podía respirar, mis pupilas se dilataron y no pude reprimirme, dije en voz alta:

“Oh funesta vida,
acompañada de talentosa muerte.
¿ A quién has arrebatado
esta vez la mirada?
¿ A quién has sellado
esta vez una
sonrisa sincera?
Te veo porque tú
me ves, pero reniego
de ti y de tu
inmortalidad.
y...”

Elisa-¡ Te has equivocado de sala, idiota!


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