miércoles, julio 16, 2008
Taller 8
"Primer encuentro" colgado en La rebelión de las páginas en blanco
(Based on a real history)
Estaba yo en una “peixeteria” de Dakota del Sur (pues en la del norte no existe el pescado) cuando, furtivamente, pasaron ante mi unos pantalones piratas de color rosa. Imagino que fue ese color tan llamativo, o que yo adoraba los traseros, lo que me cautivó. Seguí a los pantalones y, cuando alcé la vista, me percaté que era un extraterrestre. Con uno de sus tres dedos índices, me dijo que fuera hacia “ell@”.
Aún tenía tiempo hasta la hora de cenar- Así, pues, me acerqué con rigor y “ell@” me preguntó si fumaba. Por suerte, le mentí y un picante caramelo de menta me ayudó desinteresadamente en mi mentira infantil.
Empezamos a hablar y me dijo que si quería marchar a su planeta...
Cinco años después, llegamos a su planeta y una gran multitud me hacía dulces alabanzas y vítores amistosos mientras caminábamos por entre un pasillos de seres alienígenas . Yo no entendía nada. Hasta que llegamos al final del camino.
Alcé la vista (otra vez) y vi una gigantesca estatua con mi rostro: estos seres del espacio exterior me adoraban. No me lo podía creer. Para ell@s, era un Dios.
Así, durante un tiempo transcurrió mi reinado en ese planeta que solamente tenía una gran ciudad y que el resto era árido, desértico y aburrido. Mis tareas como gobernador (dictador no, ya que me adoraban) era simples y mi justicia era salomónica.
Hasta que un día, en una de mis excursiones por los estrechos pasillos del palacio real, topé con una puerta que estaba cerrada. Y era raro, ya que en este planeta no existían las puertas. Incluso las naves espaciales, no tenían.
La ignoré tanto como pude pero, al final, acabé derribándola. Y en el interior, una escultura de un metro aproximadamente presidía el sonoro silencio. Me acerqué para examinarla mejor y sonreí: era un busto de mi ser. Pero, mirando detenidamente, observé una grieta. Y cometí el error de tocarla. Se cayó un trocito de marrón madera. No pude para y continué rascando. Al acabar, me quedé sin aliento: había otro “rostro” debajo del mío. Era de otra persona. Mis pensamientos se aceleraron y ordené “rascar” la cara de la primera estatua con la que me topé. Ell@s no rechistaron. Efectivamente, había otro rostro debajo del mío.
Les pedí explicaciones, pero ellos se limitaban a adorarme sin parangón.
Me senté en mi trono y reflexioné.
Mis actos fueron:
-demoler todas las estatuas, bustos y representaciones mías y de cualquier humano
-coger a mis hijos y asesinarlos, pues estaban basados en una mentira y, encima, no existían
-preparar una invasión violenta y opulenta al planeta tierra.
Han pasado cien años desde la furiosa invasión, y aun se ríen de mi derrota.
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2 comentarios:
Bravo Ata, me encanta.
No obstante, que sepas que somos muchos los que te mantenemos inerte, en una posición solemne, dentro de nuestro sino molecular.
Y si rascásemos, no hallaríamos más que sangre y huesos, pues permaneces tú, siendo tú, una infinita y hermosa esencia.
jo, tía, me ha entrado algo en el ojete. Grasias. Sniff,sniff
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