miércoles, junio 13, 2018
Ay, la vida. Ay, el amor
El traqueteo de los vagones del metro me hacen volver a la realidad. Es como si en un instante me hubiese ausentado del universo y olvidado de existir. Poco a poco, voy recostruyendo el presente. Ya sé hacia donde me dirije. Sé como me llama, sé quién es, no me he olvidado de respirar. Los pulmones se hinchan lentamente, cogen aire. No huele muy bien. Todo se estropea cuando alguien huele mal entre una multitud de personas. Creo que soy yo. No, no soy yo el del mal olor. ¿Quién, de estas personas que son compañeros fugaces de existencia, puede ser la que inunde el vagón de un aroma poco reconfortante? Miro al resto de la gente como la paciencia de un buitre observa el largo adiós de una presa. Estoy juzgando por la vestimenta. Luego, por el peinado. ¿ Quién puede ser? ¿Quién puedes ser? El metro se para suavemente en una parada, parece que el olor se va desvaneciendo.¿ Qué persona de las que ha bajado podría ser? ¿Quién? ¿Quién? ¿Quién qué? ¿ Qué de qué? Otra vez vuelvo a perder el hilo y ensimismarme en mis sencillos pensamientos. Estoy volviendo, poco a poco, a situarme. Estaba pensando que viajaba en metro y alguién olía mal. ¿Por qué estaría pensando eso? Ay, la vida
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