miércoles, octubre 18, 2017
El festín de las voces
Mastican la carne putrefacta que la coincidencia nos ha dado, por no decir el señor, ya que éste último suele estar ausente la mayor parte del tiempo. La mastican con ahínco, apurando hasta el último retazo de proteína, absorbiéndola con vehemencia para separarla del hueso. Con los dedos pringosos, cuando ya no queda nada de carne, o casi nada, parten el hueso por la mitad, más o menos, y aspiran la sustancia que hay dentro, como si fuera un ritual ancestral. No han parado de comer desde que se han sentado en la mesa, y ahora lo han hecho. Dedos pringosos encima de la mesa, botón del pantalón desabrochado y suspiros al aire que proclaman que se han saciado. No se hablan entre ellos durante diez minutos, es el trato. Y cuando uno lo hace, puede que sin querer o porque no soporta los silencios, todos se ríen y aplauden. Sonoras carcajadas, esputos que salen de la boca e incluso algunas palmadas. El que ha hablado está resignado pero se levanta de la silla. Se desnuda lentamente, con una triste indiferencia, y se estira encima de la mesa, derribando vasos, copas, platos que hay a la vista. Y el resto de comensales se abalanzan sobre él, y empiezan a comérselo. Mastican la carne putrefacta...
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