Y el joven anciano salió de la cueva de la eterna sabiduría. Después de tanto tiempo deseaba esclarecer sus ideas y tomar una buena jarra de cualquier licor pecaminoso. Pero, al instante, topó con un antiguo profesor suyo y hubo una charla obligatoria y fática. Le costó horrores despedirse pero cuando lo consiguió topó, esta vez, con una prima segunda y tuvo que volver a entablar una vacía conversación.
Hablaron, se despidieron y otra vez ocurrió la misma situación. Y ésta se repetía una y otra vez. Y a su destino no llegaba y volvía a pararse a hablar con otro conocido. Pararse. Hablar. Despedirse. Pararse. Hablar. Despedirse. Y así fue el camino hasta una suave taberna y acabó pidiendo una pastilla para el dolor de cabeza olvidándose de su jarra rebosante de cualquier licor pecaminoso.
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