miércoles, junio 18, 2008

Taller 7


Híbrido entre un cuento, una noticia y rutina de un desconocido colgado en La rebelión de las páginas en blanco

Noticia: “A las mujeres les excita más ver una mujer desnuda que un hombre, según un estudio”

Con esas robustas y ásperas manos, seguro que se dedicaba al campo. Cada seis meses aparecía por el solitario colmado a comprar algunas reservas. No hablaba, ni siquiera balbuceaba. Decidí seguirle, por curiosidad. Mi mujer permaneció en la tienda, leyendo una revista.

Tras unas largas horas caminando a la luz del mediodía, el hermético hombre tomó una minúscula desviación la cual llevaba a una precaria casa con su discreto terreno para conrear. Me escondí tras unos engañosos árboles y le observé. Efectivamente, era un campesino. Vivía solo y...

Un simpático campesino pasó por detrás de la desfallecida casa y saludó al hermético hombre de campo. “ ¿ Pero por qué cojones me tiene que mirar mal? ¿ Quién se ha creído?” dijo el solitario campesino al cual espiaba yo furtivamente. Dejó caer la azada que tenía sujeta en las manos y sus ojos se tornaron de un blanco hielo. En cielo se oscureció al instante, formándose nubes y escupiendo truenos y relámpagos. Cuando bajé la vista, el hombre se había transformado en una mujer, la cual estaba desnuda y era de un color blanco grisáceo. Ésta se elevaba a un metro del suelo, estaba levitando.
De repente, le empezaron a salir una especie de tentáculos por la boca y por todo el casi putrefacto cuerpo. No paraban de crecer y crecer y se expandían por todo el campo. A los pocos segundos, pude ver cómo los tentáculos se retraían. Y uno de ellos tenía asido un cabeza humana.

Grité y caí al suelo. Cerré los ojos fuertemente, esto no podía ser real, pensaba casi religiosamente yo. Los volví a abrir y me levanté de un solo movimiento. Miré al cielo, aún estaba oscuro pero el hermético hombre, en cambio, seguía siendo el hermético hombre. “ ¿ Pero por qué cojones me tiene que mirar mal? ¿ Quién se ha creído?” dijo. Me temía lo peor, que se repitiese el macabro espectáculo. Pero el hombre de caer la azada y entró en la triste casa. Y salió con un hacha disparado hacia el hombre que le había saludado. Yo estaba paralizado. Cuando reaccioné, era demasiado tarde, el rudo campesino había alcanzado a su víctima y la había degollado sin sutilezas.

Me marché del lugar sin saber que hacer, pues no estaba seguro si lo que mis incrédulos ojos habían visto era cierto o una visión ficticia.

Divagando, divagando, llegué a la tienda y vi que a mi mujer le estaba comiendo el coño otra mujer. Estaba gimiendo y sonriendo. Antes de que pudiese articular palabra alguna, me lanzó la revista que estaba leyendo. El titular era claro: “A las mujeres les excita más ver una mujer desnuda que un hombre, según un estudio”. Mi mujer no creía en Dios, solamente en lo que decían las revistas. Para ella, eran la auténtica religión. Asentí con resignación y me fui a hacer inventario. Mientras contaba los jarros de miel por tercera vez, oía a mi mujer gimotear de placer. Cuanto la quería, gracias a ella me estaba olvidando de lo que había visto en el campo.



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