Érase una vez una mujer llamada Petra que cuando hacía lo que le venía en gusto se sentía culpable. No molestaba ni ofendía a nadie, tampoco a sí mísma. No comprendía porqué se sentía tan culpable si no hacía daño a ninguna persona o animal. Y vivió con ese sentimiento hasta el día de su muerte. Ese día hizo lo que más le gustaba: morirse. Y ya no se sintió culpable nunca más.
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