Pura y luminosa levitaba en el aire a escasos centímetros del suelo. Era esbelta, de sonrisa y espalda infinita. Y mirando al horizonte, dándome la espalda, me tendió su fina mano y me dijo:
"¡No tengas miedo!¡Dame tu mano y vayamos allá donde las caricias no sean prohibidas"
Pero, de repente, se dio la vuelta y dijo: "¡Desgraciado!"
En vez de estrechar su mano con la mía, había puesto mi pene en su mano.
Moraleja: siempre hablando de futbol
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